viernes, 22 de junio de 2007
Budapest, como en casa
Budapest, la capital de Hungría, no deja de sorprender por su diferencia con el resto de las capitales europeas que tuve oportunidad de conocer. Más bien caótica, no tan limpia como las demás ciudades, subtes y trams algo viejos, por momentos me hizo sentir como en latinoamérica.
La contracara, la mezcla de una arquitectura muy rica, maravillándome con cada edificio que descubría, con cada iglesia que visitaba, con cada puente que cruzaba. Una ciudad muy castigada durante el comunismo, supo preservar sus reliquias a pesar de los constantes bombardeos que ha sufrido.
Separadas por el río Danubio, Buda y Pest son dos lugares completamente diferentes, destacándose lo moderno en el lado de Pest y lo antiguo en Buda. En esta última se encuentra el castillo de Buda, símbolo de la ciudad, junto a la Citadela, imponiendo día y noche su presencia.
Imperdible hacerse un tiempo para contemplar la vista noctura de la ciudad, los edificios están espectacularmente iluminados, pareciendo estar frente a una obra de arte.
Los húngaros son especiales; detrás de ese aspecto frío y distante (característica típica de los eslavos) me encontré con personas muy amables y gentiles.
Cuesta creer que este país perteneció al imperio austrohúngaro, tanto por la diferencia arquitectónica como cultural y, por supuesto, idiomática: el húngaro y el alemán nada tienen en común.
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